El comportamiento humano en finanzas
A algunas personas, el aplicar conceptos del campo de principios financieros al mundo de la inversión podría sonarles como un enfoque excesivamente académico. Esto, se reduce a un concepto muy sencillo que puede tener un valor inestimable a la hora de comprender cómo se mueven los mercados financieros y dónde pueden surgir riesgos y oportunidades. Esencialmente, la psicología del comportamiento financiero reconoce un hecho vital: que los inversores son seres humanos.

Las teorías financieras «tradicionales», como por ejemplo la hipótesis del mercado eficiente (según la cual los mercados son plenamente eficientes y no se les puede ganar, ya que los precios de los activos reflejan toda la información relevante), asumen que los inversores siempre se comportan de forma lógica y racional. Como todos sabemos, este no es el caso de la naturaleza humana. Como seres humanos, todos somos vulnerables a la influencia de nuestras emociones a la hora de tomar decisiones. Esto significa que nuestras decisiones suelen basarse en impulsos irracionales, alimentados por características psicológicas del ser humano que conducen a varios tipos de sesgos cognitivos o emocionales. Esto puede ser muy peligroso al invertir, pues permite que la intuición y las emociones como el miedo o la avaricia nos distraigan de los hechos subyacentes o de los principios fundamentales que rodean a una inversión.
El comportamiento financiero identifica el hecho de que las personas cometen sistemáticamente errores de apreciación a la hora de tomar decisiones de inversión. Cuando estos errores los repite toda la comunidad inversora, provocan movimientos ilógicos en los precios de los activos. Estas ineficiencias pueden ofrecer una ventana de oportunidad a quienes reconocen cuáles son los motores de estos movimientos de precios y desarrollan estrategias para explotarlos.
Estas situaciones surgen con relativa frecuencia; de hecho, las emociones humanas y el «ruido» que conllevan determinan un porcentaje considerable de los movimientos bursátiles, imponiéndose a los atributos fundamentales de una inversión. Esto puede provocar periódicamente anomalías transitorias en los precios, que podrían ofrecer oportunidades de inversión: la principal creencia es que los fundamentales son el principal motor del verdadero valor de un activo en el largo plazo, con lo que estas anomalías acabarán corrigiéndose.
Tomar decisiones opuestas a la visión de consenso puede ser difícil: a corto plazo puede dar la sensación de ser «erróneo», lo cual le resulta incómodo a cualquiera; pero si uno toma decisiones sobre la base de hechos fundamentales, no debería dejar que este malestar emocional le distraiga de sus convicciones. No obstante, hay que destacar que un enfoque basado en la psicología del comportamiento financiero no es lo mismo que un enfoque contrario. El comportamiento financiero no consiste en ir a contracorriente, ni en afirmar que uno sabe más que los demás sobre el futuro; más bien lo contrario: es crucial reconocer que sabemos muy poco sobre el futuro y así evitar predecir o pronosticar los movimientos del mercado. En lugar de ello, pensar en el comportamiento financiero nos anima a distinguir entre qué aspectos de nuestra visión inversora son atribuibles a hechos que podemos conocer, y cuáles se basan en nuestras emociones. De este modo, nos ayuda a evaluar en qué medida las emociones de las demás personas han distorsionado los precios, para a continuación integrar esta información en el proceso de toma de decisiones. En última instancia, esto no trata de ignorar el factor humano; de hecho pretende reconocerlo, confirmar su importante influencia, y a continuación eliminarlo del proceso analítico con el fin de tomar decisiones de inversión con éxito.
En mi opinión, el panorama de inversión actual ofrece un entorno fértil para quien sea capaz de reconocer el considerable efecto que las respuestas emocionales del ser humano pueden tener sobre los precios de los activos. Creo que las influencias conductuales siempre desempeñan un papel importante en los mercados financieros, pero cuando los inversores experimentan un golpe tan duro como la crisis financiera, recordamos lo potente que puede ser esta influencia. Un factor emocional que ha sido particularmente evidente es el papel de la memoria en la evaluación del riesgo por parte de los inversores. Las valoraciones actuales, tanto de la renta variable como de los bonos, sugieren que los inversores continúan traumatizados por su experiencia y que son excesivamente adversos al riesgo, comprando activos que perciben como «seguros» a cualquier precio. Por este motivo, la mayoría de los bonos soberanos me parecen caros; en cambio, y pese a las fuertes subidas experimentadas recientemente por las acciones, todavía existen mercados de renta variable que presentan valoraciones razonables.
Esto puede presentar oportunidades atractivas en un mundo, a medida que estos recuerdos se difuminan y los activos de riesgo vuelven inevitablemente a subir de precio. No obstante, el camino puede ser muy accidentado y deberíamos anticipar periodos de considerable turbulencia en los precios de los activos durante los próximos años.



